martes, 28 de febrero de 2012

La Última Palabra.


Suena el despertador una vez más, como tantas. Suelo oprimir mis ojos con mis dedos y obligarlos a proporcionarme una mirada clara del entorno para poder despertar de una sola vez mis sentidos. He dormido bien, pero aún así siento algo de sueño, un sueño tierno y tentativo el cuál debo reprimir ante la necesidad de salir a buena hora al trabajo. Pongo mis pies en el suelo alfombrado y mi cuarto está rodeado de sombras y ténues luces que viajan desde el exterior brindandome una señalización de ayuda hacía el camino del interruptor de la luz de mi cuarto. Al encender aquella luz logro despertar y en parte ahuyentar al travieso sueño que se cuela por mi piel y que incita a seguir en compañia de las sábanas. Miro mi cama una última vez casi como extrañandola y me despido de la posiblidad de seguir bajo la influencia de Morfeo para emprender ruta a un nuevo día.

Mi madre se ha levantado antes que yo y prepara el desayuno de una manera cotidiana, pero no se porque, mis ojos la vieron en una arista un poco más sensible que de constumbre, una extraño momento de gracia y admiración, un pasaje aterciopelado por un magnífico momento adornado de normalidad. Mi hermano y mi padre ya han salido al trabajo. Ni siquiera pude despedirme de alguno de ellos y es ése el pensamiento que gobierna mi conciencia mientras entro al baño por una ducha que despierte mis sentidos de una vez por todas.

Camino al trabajo las cosas no parecen ser distintas. Veo algunos rostros conocidos, rostros que me parecen familiares y deber ser porque estamos acostumbrados a una hora y un lugar exacto para estas cosas, ya saben, la rutina.

Mientras estoy concentrado en mi trabajo, tratando de resolver un problema, que es de alguien más y por el cual me pagan por encontrarle una solución, me alertan sobre una llamada, extrañamente tengo una llamada, nunca  llaman a mi trabajo, es un tanto raro y halagador, quizás. Camino por el corredor que lleva al teléfono  y la cara de la recepcionista al darme el teléfono es algo preocupante, todo esto servía de antesala para despertar mis sentidos de alarma. Desde la otra línea era mi madre que con voz temblorosa y susurrante me comunicaba el triste acontecimiento. Mi hermano había sufrido un accidente muy grave y estaba en el hospital en ese momento. Al escuhar la noticia no pude más que viajar en un túnel oscuro, buscando motivos, culpables, responsables, causas y efectos que no existían, que no daban a lugar a nada, que no eran racionales, que sólo eran especulaciones sin sentido y sin ninguna utilidad. Deje mi trabajo inmediatamente sin importarme las consecuencias, total ya nada de eso existía para mi.

Llegué al hospital algo trastornado, sediento y con un sudor frío que recorría mi frente. Mis padres estaban allí, totalmente destrozados con la noticia, los veía sumidos en su llanto desenfrenado y torrentoso. No sabía en ese momento que hacer, que decir ni que imaginar. Totalmente desorientado tan sólo pude abrazarlos y pronunciar un temeroso y tímido "Todo estará bien, tranquilos".

El doctor se acerca a la sala de espera, hacia nosotros. Sus pasos suenan profundos haciendo eco en el pasillo que une las salas del hospital con la sala de espera. Su silueta propiciaba muerte y vida en misma proporción y su rostro ningún rastro o noción de negativo o positivo. Llegó a nuestro lado para darnos la siguiente noticia : "Él está conciente, por ahora. El accidente lo ha dejado trágicamente destinado a la muerte y eso ocurrirá en tan solo unas horas más. Hemos hecho todo lo que a nuestro alcance está. Lo sentimos mucho"

En algún momento, cuando escuché el último "Lo sentimos mucho", no podía ver ni escuchar nada. Había perdido por completo el control de mis sentidos y mis pensamientos. Murmure un débil "Es imposible...".

Fuimos a verlo, el sonreía, no sabía lo que pasaba ni tampoco lo que pasaría. Me acerqué a su lado evitando una gruesa lágrima que contenía hace ya mucho tiempo. Tomé su mano y él sonrió. Conversamos como si nada hubiera pasado, de esto y aquello. Le recordaba esos cálidos veranos en la playa en la que pasamos haciendo castillos de arena los cuales desmoronabamos con fuerza luego de estar toda la tarde haciéndolos o de la vez en que lo defendí en una pelea desigual en la escuela. Mientras recordábamos tantos momentos que pasamos juntos mis ojos se hacían cada vez más pesados y ya no podía soportar el peso de una lágrima que luchaba por recorrer mis mejillas. De pronto, mirándolo a los ojos, lloré y mi  hermano preguntó "¿Por qué lloras?". No sabía que decirle, tan sólo le hice creer, irónicamente, que el tonto pensamiento de perderlo me había puesto así. Mi hermano  tan solo me miro y me dijo "Tranquilo".

La hora ya estaba a nuestro alcance y mi hermano más débil que nunca. Le dijimos que le habían suministrado alguna clase de droga para dormirlo y que estuviera tranquilo, que todo pasaría. En el último momento vi como sus ojos se cerraban lentamente y bajo un manto que presionaba mi alma la escena se volvió insoportable. Las últimas palabras que mi hermano dirigió hacia mi fueron "Nos veremos mañana hermano".

Otro día y otra vez tengo que levantarme al trabajo. Tengo sed y un poco de frío, pero sé que llegaré tarde si no me levanto ahora mismo. Ya han pasado 5 años desde la muerte de mi hermano, pero cada mañana, cada día desde su muerte, luego de tomar mi ducha matinal y comer mi desayuno, entro a su cuarto abandonado y digo "Hasta pronto hermano, te quiero". Lo que aquel día del fatal acontecimiento no pude decir por causa de la costumbre y la rutina, resonará por siempre dentro de mi. Podría dejar de lado todas las tareas que el día me depara y tan solo invitarlo a un lugar que nunca exploramos, podría enviar todo lejos y conversar tranquilamente con él, podría contarle un chiste tras otro y réir juntos, pero todos esos pensamientos estaban fuera de lugar, porque él ya no estaba y no estaría más.